martes, 10 de agosto de 2010

Fai falta remangase pa entamala a garrotazos. Apuntu tuve el otru día. Resulta que llamome antesdeayer un diañu castrón. Yo subía pe la cuesta mio casa cuando, de repente, con nocturnidad y alevosía, encontré entre unos matojos un sustu de muerte. Unes oreyes picudes apuntaben pa fuera, siendo grave el terror que me invadió y muy húmedu el sudor que me bañó de cabeza pa baxu.

-Weeeeee! ¿pa ondi vas castrón?- oyí desde la seve.
-¿Quien llama oh? acerté a contestar.

La verdá ye que non se veía un palmu de madreñes pa llante. Catalina había decidío non salir aquella nuechi. Ya veía la negra guadaña cayendo pol pescuezu.

-Soy el diañu castrón. El de oreyes picudes y rabu saltón. ¿Pa onde tires? Non pues pasar, ta ciarrao.
-¡¡Déxame en paz charrán!! Vengo del llagar con dos botelles buenes... bueno... y otra más adientro, faciendoi digestión.- La verdá ye que yo non daba créditu. Nunca me había pasao tal cosa, aunque per les caleyes de Nava siempre se dijo que taba infestao de burlones. Sobre tó después de les 2 la mañana.

-¡Mecagon los sapos la Cogolla! Tu non pases de quí hoy como ta mandao -continuó la visión-. Venga, dame les botelles o non duermes más de les cadenes que te voy mover pel desván.
-¡Que non! que son pa facer compota om. ¡Engañete!
-¡Ahora verás! dijo sacando el rau con forma tridente.

Oye, non lo vas creer pero en estes, xustu cuando taba tirándose sobre mí, zotose fuera´l prau el cuélebre que compré fae dos sábados na plaza´l mercau y de una bocaná fueu que i chó, desapaeció aquel cosu feu de entre les ortigües. Nunca más lu vi. Cada vez que paso ahora por allí acuérdome de tal circunstancia y sobre tó, de que debo al llagareru les dos botelles. Pues tal cosa ye, que no les había pagao. Aunque la verdá, era mala de coyones aquella sidra, algunos califíquenla de allucinatoria...

jueves, 25 de febrero de 2010

Resulta francamente terrible arrancar con este relato... trátase de contar una historia de histeria lúdico-festiva, reticente e incongruente. Hoy me topé con una vaca en brazos de un paisano que no podía por menos que caminar a traspies, camín de Monga. Monga representa el eterno paso entre lo efímero del reino de las nubes, en las altas tierras de Purnea y la terrotemporalidad del valle naveto. Una tierra densa, húmeda y llena de chorizos a la estaca. 

Nava, fue fundada por el Señor de las Ovejas. Enjundio se llamaba. Calzaba con pieles de borrego y medía 2,37, que de aquella, ya era lo suyo. Y si esto no asombra al lector, tomaremos medidas descriptivas más certeras: vivía en una seta azul turquesa. Tal era la singularidad de su morada, que cada mañana, al caer el rocío sobre el recio tallo, todos se maravillaban al transitar sus inmediaciones. Todos excepto el médico. El médico se llamaba Fausto Rinaconte. Venía de estudiar leyes en Amsterdam, cuando la cerveza se hacía con lúpulo de menta. Y eso, créanlo o no, curte. 

El caso es que un 31 de febrero, el señor Rinaconte, recibió una misiva sorpresa por intermediación de su criada Iracunda: "Estimado señor Rinaconte, decía aquello; se me ha puesto una vaca de parto, probablemente traiga dos preciosos corzos de ribera. Sería una temeridad colectiva su ausencia durante el alumbramiento. Solo me apetece llorar a lágrima viva cuando imagino que no vendrá usted." Don Fausto, depositando la carta sobre un aparador verde oliva, aprovechó un halo de temporalidad segundera y masticó lo poco que le quedaba de una tableta de chocolate de atún, su preferida. Mañana más de este evento.